sábado, 24 de octubre de 2009

Hémonos aquí

El gran dragón fue expulsado con sus ángeles al infierno: la tierra, única realidad que era centro de atención de los cielos perpetuos. El caido, vanidoso desde su diseño, nunca se ocultó de la vista de los hombres, ha estado y sigue entre nosotros, ahí donde encontramos lo cotidiano y lo íntimo, ahí donde elegimos y erramos. Mientras el Alto no pierde ocasión de escucharnos, él, ente maldito, no para de murmurarnos.

En verdad, se entiende que a veces uno no quiera un hombro reconfortante que escuche y abrace, sino un artífice, un Dédalo o un Ulises, con una magnífica idea, una llena de posibilidad, de promesa de transformación y alcance. La primera ley de la serpiente se entiende muy fácil: Todo siervo puede aspirar a ser amo. Verbigracia usted, que puede optar por no someterse a la red rizomática de estas palabras.

martes, 20 de octubre de 2009

Seres

viernes, 9 de octubre de 2009

Una discusión, desde un andamiaje ontológico, de mi propuesta filosófica personal

Un andamiaje ontológico tiene una dificultad primera y es su justificación. Existe un contexto humano desde el que es preciso mostrar la pertinencia de una nueva ontología. Una descripción de lo que es no tiene una pertinencia ni alcance por sí misma. Necesita un tipo de reconocimiento, necesita resolver problemas bien identificados y tener acceso a los medios desde los que estos problemas emergen y mantienen su problematicidad. Y conviene preguntarse no sólo por su justificación, sino también cuál será su relación con las ontologías previamente propuestas y/o vigentes. Y si nada de esto puede resolverse, acaso porque el acto de producir una nueva ontología no llega a completarse prácticamente en una vida, también cabe cuestionarse el valor de los filósofos que, entre otras cosas, tienen que desarrollar ontología(s) cuando hacen filosofía estricta, es decir, filosofía primera, coherente, autorrecursiva y con alguna potencia seductiva.
Mi propuesta filosófica personal insipiente y germinal no puede resolver esta dificultad, y se interesa por esta misma razón en desarrollar el carácter problemático del agente existente que filosofa. Me interesa el filósofo que está sujeto a tecnologías que expanden su memoria y su inteligencia contingentemente, y que lo arrojan a poner a prueba, no siempre con éxito, su racionalidad en distintas circunstancias no siempre dialectizables. El hombre que está condenado a racionalizar pese a que vive en condiciones siempre problemáticas, por su finitud de lenguaje y su humanismo que lo hace aspirar a cierto grado de dignidad, pasa por situaciones que convierten algunas veces saberes razonados en saberes inadecuados e inadaptables que tienen que ser desechados ante la verdad de la finitud y frecuente insuficiencia de recursos y energías para proyectarse propósitos en desventaja racional. Quizá debería comenzarse a cuestionar la realidad de la inteligencia humana y asignar esta cualidad exclusivamente a realidades misteriosas que se mantienen aparte la conciencia. Este asunto de la inteligencia del aparato metafísico que iguala al ser con lo que es, quedará escasamente tratado aquí. Hay otras tantas consecuencias derivadas de los planteamientos de la filosofía contemporánea de la existencia y la temporalidad.
Son muchas las fenomenologías y las hermenéuticas que discuten hoy día la posibilidad de la universalidad y la necesidad en la experiencia humana. Si acaso alguna Ciencia llegamos a desarrollar con la que nos hemos despreocupado virtualmente para siempre de las fieras y el descobijo ante la naturaleza, no por ello debemos apartar la vista del hecho de que las sociedades no creen lo que creen por que así derive de esa Ciencia, que desde luego es cuestionable como posible, las sociedades creen lo que desean creer y se mantienen cohesionadas y medianamente explicables gracias a la aplicación del poder no consensuado.
La posmodernidad jamás ha validado el relativismo. Todavía somos modernos en el sentido que no hemos abandonado la lógica de la identidad, y llega a parecerle a algunos que no lo haremos. La posmodernidad sólo se ha encargado de crear herramientas de resistencia política, denunciando los problemas de nuestra supuesta “inteligencia” a la hora de convivir y coexistir, como la normalidad, el falologocentrismo, la facticidad positiva, el nacionalismo, y proponiendo algunas vías de respuesta desde la individualidad.
Parece que la esperanza se encuentra en la estética, en el híbrido señalado por Platón en su Banquete, en esa cosa que es de este mundo de los entes iluminados por la razón pero que también es parte de ese mundo del misterio, de lo oscuro fantástico, mítico, asombroso, que nos llama a aceptar ignorancia. Si lo dado se renueva en este sentido y llega a ser satisfactoriamente opaco, éticamente bello y deseable, quizá la actual ontología predominante de la facticidad pueda ser adaptada o tal vez desplazada y los problemas propios de una era de escepticismo se resuelvan y den paso a otro tiempo, uno Post-Moderno.
Realidad, esencia, fundamento: la constitución de la trascendentalidad en la filosofía

La trascendentalidad en la filosofía se consolida propiamente hasta la época moderna y clásica para nuestro tiempo en el momento en que el pensamiento filosófico está listo para dar el giro kantiano que traerá a la discusión, clara y metódicamente, nociones de suma importancia para la actividad filosófica presente, a saber, las ideas de condiciones de posibilidad, apercepción, apriori, juicio, imperativo entre otras. La precisión kantiana entre aquello trascendente y lo trascendental será indispensable para la nueva epistemología. Plantear el problema del saber desde los límites del conocimiento y la afirmación de un campo de saber determinado desde ciertas condiciones de posibilidad proyectará un cambio de actitud en la filosofía que no vamos a indagar aquí. Lo que nos interesa es mostrar qué rasgos de la trascendentalidad encontramos en la filosofía griega antigua y en la filosofía moderna que hayan conformado el ámbito de la trascendentalidad como un tópico por antonomasia de la filosofía. Naturalmente, como en toda descripción histórica estudiantil, el breve esbozo resultante tendrá un carácter ficticio, una narración, no más pero tampoco menos, del origen de la nucleidad filosófica.
¿Qué es la realidad? La esencia. ¿Qué es la esencia? El fundamento. ¿Qué es el fundamento? La realidad. Al menos así nos parece en la antigüedad. Hoy esto es bastante más discutible. El libre tránsito de las ideas y de las consecuentes oposiciones no sería por sí mismo un problema, mas en tiempos en que no se sabe discutir o se discute sin compenetrarse, en donde habitualmente no se escucha y no hay por tanto conformidad que no sea monológica, estas respuestas exigen aclaración. La Modernidad ha contrapuesto cada uno de estos elementos primigenios, realidad, esencia y fundamento, con el límite de la nada, y parece que la única salida deseable después de esa exposición es declarar la trascendentalidad de cierto entramado conceptual potente, erótico, persistente, vital.
Comencemos por aclarar que la filosofía griega no tenía la noción que nosotros tenemos de realidad, ellos no se veían compelidos por su historia a oponerla en ningún caso al mundo humano, ni siquiera al ser o a la representación lingüística que nos hacemos de cuanto es real. El griego atendía en cambio a lo que estuviese dentro de su visión de las cosas, al menos no en un primer momento en que el objeto invisible no había sido formulado ni integrado dentro de las cosas que son posibles. Sólo percibían lo que podían racionalmente nombrar: lo que es; eso que hoy entendemos mejor como lo que está siendo. Por eso los griegos al preguntarse por el saber buscaban el saber de algo físico, que desde luego está ahí y ya. Y si algo tenía fascinados a los filósofos de entonces es que lo que es está pasando, lo que es decir, en un modo más sencillo para la razón natural de cierto lenguaje, que lo que es cambia. Y es el cambio lo que tenía que ser explicado. Y explicarlo implicaba desarrollar distintas preguntas. La pregunta de los jónicos iba tras el principio material de todas las cosas que se engendran en el mundo. Empédocles no contento con la explicación de los elementos constitutivos de la realidad, trató de explicar qué mecanismo o motor mantenía a las cosas que son en permanente transformación. El oscuro Heráclito asumió que el cambio de lo que acontece era tal que no podía ser explicado por la razón, pero a la vez comprendía que la razón tenía una capacidad de profundizar imposible de agotar por completo y que era capaz de unificar a los hombres. Quizá estuvo próximo a entender la virtualidad del espíritu humano, pero lo que nos importa dejar en claro es que contribuyó a pensar que lo que es está también allende la razón, y que la razón misma puede dar cuenta de esto, porque ella es, por sí sola, algo dentro de todo lo que es.
Pero la historia de la metafísica occidental no comienza concluyentemente sino hasta que llegamos al poema de Parménides, en donde se describe a lo que es como una identidad, una identidad que vendría a formar parte del carácter racional del hombre, en donde no todas las cosas son posibles a la luz de la razón y se representa por tanto una superación de los dominios fabulosos y misteriosos de la ignorancia, el mito y el asombro. Si la filosofía es estrictamente metafísica, es la iniciada lógica de la identidad derivada del ser parmenídeo el comienzo de la filosofía de la trascendentalidad. Sólo la delimitación de lo imposible permite respondernos la pregunta metacognitiva en donde la cuestión no es saber algo determinado, como un dato, sino saber que se sabe verdaderamente. ¿Qué es lo imposible que se deriva de la identidad? El principio de no contradicción. La predicación “el ser es y el no-ser no es” hace de este principio un principio de imposibilidad, porque no es posible que una cosa sea lo que no es. No es ésta una ley voluntariosa, sino una ley de la razón, independiente de cualquier alma en el sentido que está en todas y no necesita de ninguna en particular para ser reconocida, por lo que queda, finalmente, constituida como ley. La imposibilidad de la contradicción, en su universalidad y necesidad, fue garantía de univocidad y acuerdo en toda investigación, y el ser y el pensar fueron equipotentes, o lo mismo según algunos.
La lógica de la identidad inicia un sendero de legitimación y conflicto. Mientras duró el mundo griego se articularon poderosos sistemas filosóficos, el atomismo, el platonismo y el aristotelismo. Ahí la esencia y el fundamento último adquirieron una caracterización más o menos clara que ha persistido a lo largo de la historia. Pero en el mundo posterior, luego de Pablo de Tarso, surgió el horizonte de la nada, una consecuencia obligada por el surgimiento de la historia sagrada y el destino único de la totalidad de los hombres con alma que reafirmaban la estructura lógica, racional e ideal de todo lo que es y fuera de lo cual no hay nada y se oponía a una existencia concreta, material, al espacio y al tiempo de la carne, la enfermedad y el dolor. El sueño del Sacro Imperio Romano no podía durar por siempre, y el aparente contubernio entre la razón y la fe cristiana fue tomando cada vez mayores distancias. Las promesas y la nueva magia imaginadas para el nuevo hombre renacentista dividieron el mundo en distintas parcelas de saber, y hubo un registro de una multiplicidad de racionalidades y mundos, y se desarrolló la ciencia moderna, y entre la diversidad de nuevas posibilidades concretas, la filosofía, anquilosada en su lógica de la identidad, espejo fiel de lo que es gracias a los filósofos, se alejó del descubrimiento particular y se avocó directamente a las formas abstractas, universales, esenciales, necesarias.
En este sentido la Modernidad consiste en una torsión, en un examen de los exámenes, en este período el objeto de la filosofía no era reflexionar sobre una investigación dentro de cierto marco teórico científico, sino sobre el saber mismo, en tanto saber. Este giro cognoscitivo de la actividad filosófica es indispensable para lograr la síntesis de los escepticismos de la época y para que el colmo de la filosofía especulativa tenga lugar. La clave es la trascendentalidad. Las condiciones de posibilidad de todo conocimiento. Saber qué conocimiento es posible implica de cierto modo saber cuáles prácticas cognoscitivas son ilegítimas o cuáles lo serían. Divide tipos de campos de saber; formula no sólo campos en donde se sabe que se sabe, sino también campos que aunque se desconocen, se saben cognoscibles, mientras que hace otros que quedan fuera de toda posibilidad de atención, objetivización o percepción. Y aquí se revitaliza el más allá, tanto la idea de realidad como la eterna pregunta de Platón en torno a qué hay más allá del ser, más allá de cuando se puede conocer y explicar. Esta inquietud es la semilla de la metafísica. Y no podemos olvidar los grandes problemas que quedan dentro y no claramente subsumidos a la realidad, a la esencia, al fundamento, al ser, dificultades como la verdad, la justicia, la belleza, la unidad y la pluralidad, el infinito y los finitos, la eternidad y el tiempo, la vida, dios, el poder, la risa, la erótica, el saber.