jueves, 8 de agosto de 2013

De la adivinación al margen

I. Divinidad descubierta

La acumulación de fuego en el cielo ha sido anunciada.
No caerá una lluvia de roca, sino que el aire, medio del espíritu, nos concederá un inclemente final.
Hablamos de la encarnación de una idea y de una divinidad apocalíptica.
Tememos a sus fauces porque cuando llegue el momento aprisionarán toda esperanza.
Esta es la actualización del dios que mate, devore u oculte el sol, eje cultural de la regularidad y la energía.
No es un absurdo sin sentido, sino una criatura bien concebida por los terrícolas humanos.
Estos, a través de conducción atmosférica, han alimentado con gran calor a la bestia.
Pensaron que si se mantenían lejos del frío eludiría la última muerte y cultivaron descuidados las explosiones.
El tamaño del monstruo en gestación desborda toda magnitud de criatura mortal conocida.
Su boca amenaza con engullir cada condición indispensable para la vida de las personas que conocemos.
Como una súper erupción volcánica por venir, imaginamos una criatura mítica en su huevo.
Es un dragón en el cielo. Cuando rompa el cascarón, liberará el genocidio total.
Esta es la preocupación general por el calentamiento global.

II. Divinidad en la minoría

Los hombres a menudo se enemistan con los dioses. Buscan vencer de algunos su potencia destructora.
En la medida que la historia gana potestad y entendimiento y conquista terreno de la nousfera, destierra ángeles y demonios.
Declara la guerra al misterio y seculariza. Trabaja, transforma y desencanta. No queda únicamente la duda del resultado del sudor.
Pero la niebla por disipar no falta, y en el ciclo de vivencias e historias, se descubren nuevos enigmas.
Se adivina el futuro, a pesar que se preve gran parte del mismo. Se anuncia el dragón en el cielo.
No todos están por esto preocupados. No han llegado siquiera al recibidor de los trabajos justificados.
Algunos, sin embargo, resisten y luchan. Ellos, que se han quitado la venda de los ojos, repiten la profecía.
Despiertos, antes que nada, conocen el límite. Por eso, obtienen lo que muchos no: destino y coherencia.
En medio del caos ordenado, de la carencia y sus tendencias, la finalidad es clara: este dios anunciado no nacerá.
El camino, matar a los dioses de muerte del presente, es la carga de pocos. Filtrarse por las esencias y transformar inimaginados.
La solución esperada es que todos carguen en anuencia la nave del mundo.
Pero los cínicos se escudan tomando la píldora del ensueño cuando débiles y los estultos se privan de la decisión.

III. Divinidad en los medios

El capitalismo en forma de democracia se vuelve cultural y crea nichos para los videntes y sus fieles.
Se propicia condiciones para el ejercicio de la ideología. El desencantamiento del mundo ha pasado factura.
Los costos de la guerra contra los dioses incluyen olvidos elementales, no sólo ha mostrado condiciones e ineludibles.
Casi nadie nota el cobro de la historia hasta que el binomio se reduce a apocalípticos e integrados.
Las contradicciones (o fenómenos inexplicados) se acumulan y en lugar de desanudarse se consumen asumidas.
La telaraña crece, subraya flujos y libertades pero soterra el automatismo entero que, debajo en las sombras, soporta el tráfico.
No sólo hay materia omitida delante de las narices, elementos perdidos de la tabla periódica,
También hay desecho acumulado, riqueza irreconocible, abyecta o privada de ser parte de la operación emancipadora de la araña.
Ahí, en ese nudo, contra viento y marea, se predica el fin de los tiempos. El dragón en el cielo no ha de nacer.
La lucha tiene su propaganda, y puede ser un cliché; es una circulación propia de la madeja de simulaciones.
Si tiene libre tránsito -difiere un culto distinto-, no sigue las cualidades de los elementos e induce al error.

IV. Divinidad en el margen

La degradación atestigua el nacimiento de la cualidad. En las últimas partículas de la emanación pide un momento de estudio.
Descentrado, casi nunca tiene oportunidad de desplegarse en la libertad de la autopista artificial.
No le toca el tránsito vertiginoso de los no lugares, pero conoce el agolpamiento de los eventos memorables:
La irreductible emergencia de las coordenadas en el solo instante del relámpago, el sacrificio de la apuesta,
La tregua con el misterio, el respeto a los ciclos, la irreverencia de algunas creaciones prometedoras que no pueden aprender.
Quizá su aspecto es polvoriento y débil, pero siempre está a la altura de cualquier presente.
Su voz es peculiaridad y barrera. El centro tiene que conocer su propio límite para aterrizar en el final de la emanación.
Esta partícula al borde del establecimiento entero no se define por cantidad. No es una secta, de recorrido breve, ni una víctima.
Está a la altura de todo. También del dragón en el cielo. Conoce sus obligaciones frente a las situaciones.
Sabe que los viajeros que llegan a ella deben ser recibidos con hospitalidad. No es rígida y frágil. Se deja tocar.
Pero tiene un territorio al cual hay que aterrizar. Sabe, pues, que el viajero también tiene sus obligaciones. No las hará por él.